Para ellos y para, los amantes de la poesía
1º
Un niño de tersa frente
y la Muerte carcomida,
en la senda de la vida
y en el borde de una fuente,
por su bien o por su mal
una mañana se hallaron
y sedientos se inclinaron
sobre el liquido cristal.
Se inclinaron, y en la esfera
cristalina viose al punto
de un niño el rostro muy junto
a una seca calavera.
La Muerte dijo: ! Que hermoso¡
-! Que horrible¡- el niño pensó:
bebió aprisa y escapó
por el bosque presuroso.
2º
Pasó el tiempo, y cierto dia
ya el sol en toda su altura,
en la misma fuente pura
bebieron en compañía,
por su bien o por se daño,
la Muerte y un hombre fuerte;
la de siempre era la Muerte
el hombre, el niño de antaño.
Como viose de los dos
la imagen en el cristal,
con la luz matutinal
que manda a los mundos Dios,
la del hombre áspera tez
y la imagen hosca y fiera
de su helada compañera,
se pintaron esta vez.
Bajo el agua limpia y fria
sus reflejos observaron;
como entonces se miraron,
se miraron todavia.
Ella dijo no sé qué
señalando hacia el espejo.
El murmuró -!Pobre viejo¡-
bebió despacio y se fue.
3º
Cae la tarde; el sol anega
en pardas nubes su luz;
envuelta en negro capuz
medrosa la noche llega.
Dos sombras van a la fuente,
las dos beben a porfía
y aun no sacia el agua fria
sed atrasada y ardiente.
Se miran y no se ven;
pero pronto, por fortuna,
subirá al cielo la luna
y podran mirarse bien.
Al fin su luz transparente
el espacio iluminó,
y en espejo convirtió
los cristales de la fuente.
Y eran las sombras ideales,
bajo el agua sumergidas,
de tal modo parecidas,
que al partir las sombras reales
de sus destinos en pos,
o por darse mala maña,
o por cunfusión extraña,
cada sombra de las dos
tomo en el liquido espejo
lo preimero que encontrose,
y sin notarlo, llevóse
de la otra sombra el reflejo.
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